martes, 27 de enero de 2009

El día que se abrió el Infierno

Se cumplen 64 años de la entrada de las tropas norteamericanas en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, en el sur de Polonia, y de la apertura al mundo de las crueldades que allí se ocultaban. Cuarenta kilómetros cuadrados que fueron la tumba de más de un millón de personas.



VARSOVIA. "ARBEIT MACHT FREI" (“El trabajo te hará libre”), mentían y mienten todavía hoy cada una de las letras de hierro que forman el arco de entrada al campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz, en el sur de Polonia. La que fuera “la mayor fábrica de muerte” durante tiempo, cumple hoy su 64º aniversario de su liberación a manos de las tropas norteamericanas.

Una efeméride de difícil asimilación por su sabor agridulce: dulce por su clausura, pero agria por haber existido. Un auténtico infierno en el que perdieron la vida alrededor de 1.100.000 personas, en su mayoría judíos. Un vasto complejo concebido con la mayor de la crueldad humana que a lo largo de 40 kilómetros cuadrados cuenta con todo lo necesario para deshumanizar al ser humano. Un lugar donde también perdieron la vida prisioneros políticos polacos, gitanos, soldados soviéticos, homosexuales, personas discapacitadas y disidentes. Un lugar que huele a muerto y aún hoy se dibuja en blanco y negro.

Sesenta y cuatro años hace hoy que el primer soldado anónimo norteamericano cruzo bajo el mentiroso arco de entrada y vio con sus propios ojos esqueletos humanos salir de sus escondites sin vida en sus cuencas ni alma bajo sus vestiduras de piel. Sesenta y cuatro años desde que salió a la luz la verdad de una catástrofe que hoy sabe a joven con el conflicto Palestino-israelí más activo que nunca y cuando además, hoy, han muerto un soldado hebreo y un ciudadano de la zanja en un conflicto sin sentido. Más de medio siglo en el que pocas lecciones se han aprendido.

Tan sólo 2.000 supervivientes pudieron continuar sus vidas después de la orgía de muerte en la que se convirtieron los últimos días en el campo de Auschwitz-Birkenau. Y por donde salieron ese día 27 de enero de 1949 entre yo para conocer una de las mayores sombras de la historia contemporánea.

Barracones clonados y calles simétricas cruzadas en ángulos rectos perfectos, trazan una cuadrícula de escuadra y cartabón que desorienta a los visitantes. Un mar de muros de ladrillo rojo ahumado, ennegrecidos por el aire rancio que apelmaza los amaneceres y atardeceres del lugar. Una herencia que se ha convertido en la vergüenza de los vecinos del lugar, pero en un hito necesario para “no olvidar”, aunque tampoco aprendamos.


Cada uno de los barracones da la bienvenida con un cartel sobre el marco de la puerta que identifica la nacionalidad de los presos que en su interior esperaban su muerte. Eslovacos y Checos, Polacos, Holandeses… Todos ellos con sus paredes cubiertas de retratos en blanco y negro con los rostros de muchos de los allí asesinados. Rostros mudos con nombre que estrangulan el corazón. Miradas que estremecen la conciencia y hacen temblar las piernas en un vértigo repentino ante la visión en primera persona de los que SÍ murieron allí. Que duro es pensar que tus ojos miran a escasos centímetros los de tantos mártires. Instantáneas que parecen guardar el alma de sus protagonistas a la espera de que se le caiga la cara de vergüenza a los turistas del horror.

Los calabozos de alrededor de un metro cuadrado que aún gotean humedad y dolor, las salas de torturas que rebotan constantemente gritos de dolor en forma de eco sordo en su interior y los amplios espacios acristalados repletos de toneladas de cabello humano, maletas, objetos personales, extremidades ortopédicas o dientes humanos son crueles pruebas de la naturaleza animal del hombre.

Una visita que al atardecer se encaminó a los hornos y las duchas de gas. Un sinsentido que mueve los pies y la cabeza en el espacio en el que desnudos y vejados murieron más de un millón de personas. Una auténtica sobredosis de remordimientos que hacen brotar sentimientos de culpa inconscientes en cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. Un comportamiento compartido por la mayoría de los visitantes, que en numerosas ocasiones se materializa en las lágrimas de dolor y tristeza.

La vida es bella, pero no tanto como en el cine.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

mira Nestor q lo q entraron en Auschwitz fueron los rusos!!!
has escrito los norteamericanos....ellos no han entrado....
Massi

Anónimo dijo...

bueno, esa es tu opinion, pero la documentacion y la historia dicen otra cosa.