viernes, 11 de diciembre de 2009

Golda Meir envió en 1958 una carta al embajador israelí en Polonia para que hiciera una criba sobre los emigrantes judíos

(R.M.F. JERUSALÉN. El periodico.com)

• En aquel año era ministra de Exteriores israeli

Golda Meir, en 1973.

Corría 1958, el último año de la segunda ola de emigrantes polacos a Israel. Polonia fue el país más azotado por el genocidio nazi. Nueve de cada diez judíos fueron asesinados, unos tres millones. La entonces ministra de Exteriores israelí, Golda Meir (1898-1978), envió una carta a su embajador en Varsovia para que sondeara al Gobierno polaco sobre la posibilidad de hacer una criba entre los emigrantes judíos. «No podemos seguir aceptando a enfermos y discapacitados», decía la misiva. «Dígame si podríamos explicarle esto a los polacos sin que afecte a la emigración», remataba.
La carta de Meir, clasificada como secreta, se discutió en el llamado comité de coordinación, integrado por representantes del Gobierno israelí y de la Agencia Judía, el organismo encargado de promover la emigración a Israel. Los historiadores desconocen si el plan acabó siendo adoptado. «Ni en los archivos de Polonia ni en los de Israel hemos encontrado una respuesta a la propuesta de Golda», ha asegurado el historiador Szymon Rudnicky al diario Haaretz.
Este profesor judío de la Universidad de Varsovia descubrió la circular mientras investigaba para un libro sobre las relaciones entre Polonia e Israel. Rudniky no incluyó este episodio en su obra al considerarlo irrelevante respecto al tema central. Pero sí se siente «sorprendido» como judío. «Este es un documento muy cínico. Todos saben que Golda era brutal como política y defendía más a los intereses que a las personas».
La laborista Golda Meir fue la dama de hierro de la política israelí, «el mejor hombre de nuestro Gobierno», como la llamaba Ben Gurion. Nacida en Rusia y criada en EEUU, alcanzó el cargo de primera ministra en 1969. Sus cinco años de mandato se caracterizaron por su intransigencia ante los árabes y la emotividad intuitiva con la que condujo el país. Suya fue aquella frase: «Nunca existió eso que llaman los palestinos». O aquella otra, escalofriante: «Quizás podamos perdonar un día a los árabes por haber matado a nuestros hijos, pero más difícil será que les perdonemos por habernos forzado a matar a los suyos».

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