“El fanatismo es la única fuerza de voluntad de la que son capaces los débiles”. Nietzche
Paco Soto (Varsovia) para Poloniaconacentoespanol
“Polonia no es, hoy día, un país mejor que antes, como repiten machaconamente. En lo concerniente a la información ‘plural’, optaron por una dictadura mediática adornada con múltiples voces, pero todas defendiendo un único ‘valor’ capitalista. En cuanto a la libertad individual, desataron, interesadamente, los instintos más bajos y brutales del ser humano, que se toleran mientras no resulten peligrosos para el sistema. La sociedad capitalista, culpable de la muerte de millones de personas por hambre y enfermedades y cuya riqueza -generada por la explotación- se la reparten unos pocos, no puede dar lecciones de nada a nadie”. Así analiza la situación polaca, 20 años después de la caída del denominado socialismo real, J. M. Álvarez en un artículo titulado “La Polonia capitalista pretende dar lecciones de dignidad”, publicado en el blog del periodista zaragozano Néstor Tazueco ‘Polonia con acento español’. No sé quién es J.M. Álvarez, aunque, según he podido averiguar en Internet, escribe con frecuencia en la Web ‘Kaos en la Red’, a la que a mí me gustaría llamar ‘Kaos en la Mente’, porque basta con leerse un par de artículos para darse cuenta que, además de algunos profesores universitarios bien remunerados e investigadores ‘alternativos’ que publican sus libros en prestigiosas editoriales capitalistas, en este espacio electrónico suelen depositar sus “sesudos” análisis dignos representantes de la izquierda agónica, dogmática y partidaria de cortarles la cabeza a cuantos no piensan como ella. A este sinfín de ‘cabezas huecas’ partidarios de la revolución pendiente y la nueva toma del Palacio de Invierno que funcionan a golpe de consignas y lugares comunes, entre los que se encuentra el señor Álvarez, les viene como anillo al dedo la frase de Nietzche con la que encabezo mi artículo. No hay cosa más estúpida y peligrosa que un fanático. Bueno, dos fanáticos juntos. Estos individuos están en todas partes, en la derecha y en la izquierda, en las instituciones laicas y religiosas y en todos los mecanismos de la vida social. Así es desde la noche de los tiempos…
Los fundamentalistas se parecen en la manera de pensar, actuar y comportarse; entre ellos pueden discrepar en el ámbito de las ideas políticas, filosóficas, ideológicas o religiosas, pero no en la esencia de las cosas. Ni piensan ni reflexionan, sólo saben recitar y repetir machaconamente lo que se han aprendido de memoria. En este sentido, el siglo XX, en Europa, ha sido muy fructífero en ‘ismos’ que han llevado a millones de seres humanos al matadero: comunismo, fascismo, nazismo… A pesar de diferencias doctrinales y conceptuales notables y de orígenes sociales distintos, el comunismo, el fascismo y el nazismo se parecen en la violencia y el crimen y en que fueron una catástrofe para Europa y el género humano. Por fortuna, los nazis fueron derrotados durante la Segunda Guerra Mundial y Hitler se suicidó y los fascistas siguieron el mismo camino. Sobrevivieron algunas dictaduras en Europa occidental, como la de Franco en España y la de Salazar en Portugal, hasta mediados de los años 70 del siglo pasado, y, por desgracia, siguen existiendo grupúsculos que se inspiran en ideologías mortíferas, pero no son un verdadero peligro para la vida democrática. Salvo unos pocos nostálgicos del nacionalsocialismo, de Mussolini o de Franco, por dar estos tres ejemplos, nadie en su sano juicio se atrevería a defender en público a semejantes sistemas políticos y personajes. En este caso, la nostalgia de los canallas y los idiotas políticos es, por fortuna, bastante limitada. Además de otras razones, no es políticamente correcto defender la figura del autor del Mein Kampf o del militar de origen gallego que traicionó la legalidad republicana, se alzó en armas contra un parte de los españoles y dirigió los destinos de España con mano de hierro durante casi cuatro décadas. Ser antinazi, antifascista y antifranquista es una posición lógica en cualquier demócrata, que sea de derecha o de izquierda, y que en España vote al PSOE, al PP, a IU o a los nacionalistas periféricos. Sin embargo, ser anticomunista es una posición mal vista por muchos ciudadanos españoles y europeos, que a lo sumo critican los “excesos” de este sistema, al que siguen considerando una idea buena pero pervertida por el “estalinismo”. Es una idea muy común, y, en este sentido, no me extraña que J.M. Álvarez cargue contra la Polonia capitalista y defienda ciertos aspectos del régimen anterior porque, según dice en su artículo, los ciudadanos “vivían en la pobreza, una pobreza que no les permitía tener un automóvil de lujo, pero sí vivienda, comida, sanidad y educación gratuitas”. Es el mismo argumentario perverso que utilizaría un nazi al defender el sistema de seguridad social que puso en marcha Hitler, o un franquista hablando de los logros económicos de la España de los años 60 del siglo XX. ¿Es cierto, desde el punto de visto histórico, que Hitler mejoró el nivel de vida de los alemanes? Sí, pero eso no significa que no fuera uno de los más grandes asesinos de la historia de la humanidad. ¿Es cierto que en países pobres y atrasados como Polonia, Bulgaria, Rumanía o la propia Rusia el socialismo real impulsó un desarrollo industrial y mejoras sustanciales en el ámbito de la sanidad, la educación y la emancipación de la mujer? Es verdad, pero esto no nos debe hacer olvidar que ese sistema impuesto en Europa por la URSS a golpe de bayoneta fue dictatorial y criminal y a la larga, un factor de atraso para los países que lo soportaron, si los comparamos con la Europa occidental capitalista.
Doble moral
Entonces, por qué esta doble vara de medir, esta doble moral? ¿Por qué si casi nadie en su sano juicio se atrevería a ensalzar a Hitler, Franco o Mussolini, hay tantos ciudadanos que no se avergüenzan en defender los “logros positivos” del socialismo real. Hay que preguntárselo a una cierta izquierda que tiene muchos cadáveres en el armario, bastantes cosas que ocultar y una dosis de hipocresía, doble moral y miseria intelectual que no tiene nada que envidiar a la peor derecha reaccionaria. Quizá si Stalin no le hubiera ganado la guerra a Hitler y no hubiera estado del lado de ‘los buenos’, en 1945, ahora otro gallo nos cantaría. Pero las cosas son como son, nos gusten o no. El comunismo salió victorioso en la Segunda Guerra Mundial, y muchos prefirieron olvidar o minimizar sus crímenes, hasta que poco a poco se fue desmoronando y las ratas abandonaron el barco. El comunismo pasó a la historia, pero dentro de la izquierda de muchos países europeos, pero incluso diría yo que en amplios sectores de la sociedad, el peso de la cultura política poscomunista, basada en la mentira, el engaño, los tópicos y la dicotomía de buenos y malos, sigue siendo considerable. Las barbaridades del comunismo, en sus diversas variantes, se denuncian, ciertamente, pero en menor media que las del nazismo y el fascismo. Aunque, como escribió el gran filósofo polaco Leszek Kolakowski, “el marxismo ha sido la mayor fantasía del siglo XX”, tópicos como que “el comunismo fue bueno pero su aplicación, desastrosa” o “los comunistas querían cambiar el mundo” siguen gozando de buena salud, incluso en los países que tuvieron la mala suerte de vivir bajo este sistema que con mucha habilidad y capacidad para manipular las conciencias, hizo el mal en nombre del bien. Es cierto que millones de seres humanos en el mundo creyeron honestamente en el comunismo como las beatas de pueblo creen en Dios, sacrificaron sus vidas y hasta llegaron a matar por el triunfo del paraíso en la tierra. Pero qué le vamos a hacer si el camino del infierno está poblado de buenas intenciones. Es verdad que en países que sufrieron dictaduras de derechas, como en España durante el franquismo, los comunistas fueron la punta de lanza de la lucha contra la opresión. Esto es lo que hace del comunismo un sistema de pensamiento y una práctica política especialmente perversos, pues los mismos comunistas que en nuestro país luchaban contra Franco, sufrían cárcel o tuvieron que exiliarse, eran los que defendían a la URSS y a Stalin y llegaron a comulgar con los peores crímenes y a justificar las injusticias más abyectas. Sus herederos políticos, directos o indirectos, que tanto se conmueven ante las atrocidades de militares criminales y traidores a su patria como el chileno Pinochet o los golpistas argentinos de 1976 nunca han tenido la menor duda política y moral en defender a Castro y a los dictadores comunistas o de izquierda. A lo sumo, han criticado las “desviaciones” y “excesos” de estos regímenes. El señor J.M. Álvarez se burla de los presos políticos cubanos en un artículo publicado en ‘Kaos en la red’ cuyo título desvela la catadura moral de este individuo: “Enésimo preso cubano en estado ‘agónico’ (ninguno se muere)”. En su texto sobre la Polonia capitalista, Álvarez, que probablemente jamás ha pisado este país, denuncia los abusos de la economía de mercado y glorifica el pasado de pobreza, represión, torturas, asesinatos, colas para conseguir alimentos y dominación soviética que sufrieron los polacos durante más de 40 años. Lo mismo, exactamente igual, que haría un cabronazo nazi, un canalla fascista o un franquista desvergonzado al defender a sus iconos de la muerte.
El libro negro del comunismo
En la década de los 90 del siglo pasado, la obra ‘El libro negro del comunismo’, escrita por varios historiadores europeos, desmitificó lo que fue el comunismo, en sus diversas versiones y aplicaciones, en todo el planeta: Europa, China, Corea del Norte, Vietnam, Camboya, Cuba… El libro conmovió a millones de buenas personas y levantó una gran polémica. Los intelectuales-perros guardianes de la izquierda poscomunista, con, como ocurre casi siempre, los patéticos ‘maîtres penseurs’ franceses en la primera línea de fuego, reaccionaron con velocidad de crucero; denostaron el libro, relativizaron la tragedia de los 80 millones de muertos del comunismo, y hasta salió a la luz del día ‘El libro negro del capitalismo’. Sí, es cierto, el capitalismo es un sistema imperfecto que genera riqueza como ningún otro sistema antes en la historia de la humanidad, pero también injusticias y desigualdades, pero el socialismo realmente existente, el único que se ha aplicado a lo largo del siglo XX, ha sido mucho peor. El remedio ha sido más terrible que la enfermedad, porque los presupuestos teóricos del comunismo realmente existente son totalitarios y no dejan espacio al pensamiento crítico, sólo al catecismo, como lo han demostrado muchos investigadores y científicos sociales en las últimas décadas. Desde un punto de visto moral y ético me atrevería a decir que muchos revolucionarios del siglo XX olvidaron lo que decía Confucio: “No hagas a otro lo que no querrías que te hicieran”. En Europa, mi afirmación sobre la tragedia que significó el comunismo para los seres humanos me parece bastante evidente. No hace falta hacer grandes análisis, basta con un somero recorrido empírico para ver que el conjunto de los países de Europa occidental son más prósperos y están más avanzados que los países de Europa del Este. No es la voluntad de Dios, sino de los hombres. Si Chequia, que antes de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de Checoslovaquia, era una de las naciones más avanzadas del Viejo Continente no hubiera tenido la desgracia de caer en las garras de Moscú, hoy en día sería un país tan desarrollado como Alemania; y Polonia podría tener el mismo nivel económico que España, pero, sin embargo, su PIB per cápita es inferior al de Portugal. J.M. Álvarez puede buscarle cinco patas al gato, si le da la gana, está en su derecho, pero los hechos son tozudos: Polonia, a pesar de sus problemas, es hoy en día un país más rico y equilibrado que hace 25 o 30 años. Es una democracia y nadie está en la cárcel o en el exilio por sus ideas, como tampoco existe una polícía política que tortura a los disidentes ni un ejército que dispare contra los obreros en la calle. A día de hoy, hasta los comunistas polacos pueden defender sus tristes y patéticas mentiras y patrañas ideológicas en libertad. Es una situación muy distinta, imperfecta, pero sustancialmente más justa que la que vivía la patria de Chopin hace tres o cuatro décadas, cuando la dictadura sobre el proletariado del Partido-Estado oprimía a los obreros y demás trabajadores polacos. En términos generales, lo mismo podemos decir del resto de los países poscomunistas de la UE. Existen muchos problemas, como la pobreza y las desigualdades, el poder de las iglesias reaccionarias y del nacionalismo identitario, la corrupción y la arrogancia y cinismo de los nuevos ricos, que en muchos casos proceden de las viejas nomenclaturas comunistas. En parte, son problemas heredados del pasado. Como me decía el sociólogo polaco Marcin Frybes: “El socialismo real fue como una nevera que nos permitió almacenar muchos de nuestros problemas históricos. Durante 40 años los problemas estuvieron congelados. Pero llegó un día en que la nevera dejó de funcionar y cuando sacamos los problemas, estaban todos podridos”. Así es, señor Álvarez, por mucho que usted se empeñe en pretender lo contrario. Como dice el filósofo catalán Norbert Bilbeny en su libro ‘El idiota moral’, lo que caracteriza al insolvente intelectual y al tonto político es su propensión a “no actuar, no pensar, permanecer quieto con la sensibilidad embotada”. Sé que a usted, y a muchos que piensan como usted, le importará un bledo este artículo, si es que lo llega a leer. Usted, que seguramente hace parte de los que tienen fe en el paraíso en la tierra, en el hombre nuevo y en la sociedad sin clases después de pasar por la barbarie de la China de Mao y el Camboya de Pol-Pot, seguirá pensando que, como decía Jean-Paul Sartre, “el infierno son los demás”. Uno de los problemas de Sartre es que fue un cantamañanas y un hipócrita que defendió a grandes criminales, como Stalin y Mao, y jamás se retractó. Su problema, señor Álvarez, es, parafraseando a Bilbeny, que “la ausencia de pensamiento se encuentra siempre entrelazada con otras causas en la formación de un idiota moral”. Le aconsejo que siga escribiendo en ‘Kaos en la red’, porque la secta le necesita y no olvide que, como decía Cicerón, “equivocarse es propio del hombre, pero perseverar en el error sólo del necio”.
3 comentarios:
Estoy muy de acuerdo contigo, pero creo que sin querer te has pasado de defender al capitalismo
Estoy muy de acuerdo contigo, pero creo que sin querer te has pasado de defender al capitalismo
Bravo Paco. Esto es hablar claro.
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